Eran las cuatro de la madrugada, todavía quedaba gente dentro del bar, esa noche estaba lleno, tampoco era muy difícil, el Littel Corner era un pequeño bar de pueblo donde se juntaban pseudoartistas cada jueves para celebrar un próspero futuro que jamás llegaría. Esa noche había una actuación y había acudido más gente de lo habitual, entre ellos, una chica preciosa de mirada bondadosa a la par que penetrante. Una chica discreta y aparentemente tímida, de piel blanca, brillantes ojos y carnosos labios sin maquillar, llevaba una camisa larga, de entre tiempo, unos vaqueros desgastados y unas converse naranjas.
Él ya la había visto algunas veces por allí, se habían saludado en ocasiones pues se conocían de vista, pero nunca se habían dicho nada. Sucedía algo extraño entre ellos dos, sus miradas conectaban y parecían conocerse muy bien.
Esa noche, probablemente gracias al alcohol, él consiguió acercarse a ella mientras esta pedía un par de cervezas en la barra.
-Hola- dijo él con su ya característica sonrisa de borracho.
-Hola- respondió ella sonriendo discretamente.
-¿Qué tal?- pregunto él.
-Bien, ¿y tú? dijo ella tímidamente.
-Aquí ando, tomando algo-
-Sí, yo también-
-¿La tuya es la grande o la pequeña?- preguntó él haciendo referencia a las cervezas.
-La pequeña- dijo sonriendo.-La grande es para una amiga- añadió.
-¡Ah!...pues no te entretengo.- dijo él.
-No, no, ¿vas a estar por aquí?- preguntó ella.
-Jejeje, ¡Sí!, no tengo prisa- contestó.
-Pues luego podíamos hablar-
-Claro, muy bien- sonrió él.
-¡Vale! ahora nos vemos pues.-dijo ella.
-Perfecto, aquí estaré.-
Él se quedó bebiendo unas cuantas copas de vino de la casa sentado en un taburete, junto a la grasienta barra de roble en forma de ele, observando la actuación que esa noche se sucedía en el bar. Ella, sentada en una de las mesas de la terraza, charlaba con unos cuantos mientras bebían cerveza. Transcurrido un tiempo, él salió a la terraza para que le diese un poco el aire, la generosidad del camarero y su ansia por refrescarse el gaznate le llevaron a un gran estado de embriaguez; tanto, que había olvidado que aquella chica le había emplazado para hablar.
Se sentó en un banco de la terraza, no quedaba mucha gente fuera. Sacó un cigarro, lo encendió y dio una calada mirando el final de la escalera de caracol que se tenía a su lado. Al ver que se mareaba, decidió mirar las mesas vacías que había enfrente. Estuvo varios minutos así hasta que ella apareció:
-Hola-
-Hola-
-¡Sigues aquí!-
-Sí, sigo aquí- sonrió.
-Y solo- añadió ella.
-Sí, y solo- recalcó él.
-¿Por qué?- preguntó ella.
-Pues…por costumbre- le respondió.
-Eres el chico solitario- bromeó ella.
-Jejeje, sí, alguna vez me lo han dicho-
Esa misma frase fue la que le dijo la última mujer que había estado con el joven, una mujer que le destrozó la vida enamorándolo con su descomunal belleza y su labia. Según ella, le llamó mucho la atención un chico solitario que siempre caminaba cabizbajo y solo.
Bueno M. ¿y qué tal te trata la vida?-
-Bien, jejejej- contestó riendo esta.
-¿Y a ti ¡Pablo!?- dijo ella.
-Jejeje, pues como me merezco-.
Ambos rieron. Los dos sabían sus nombres aunque nunca habían entablado una conversación que fuese más allá de hola y adiós.
-¿Pero por qué estás siempre solo? Insistió M.
-Pues no sé…me gusta, prefiero estar así, no me gusta mucho la gente-
-¿Y no estás triste estando así?-
-Sí, supongo, o no.
-¿Y la chica con la que te veía pasar por la cafetería?- preguntó ella.
-Desapareció, me dejó- contesto mirando la copa de vino.
-¿Por eso estás así, no?
-Jejejejeje, entre otras cosas-
-¿Te puedo decir una cosa?-
-Aha-
- No me gustaba para ti-
-Jejejejeje, vaya, gracias-
-Un brindis por tu sinceridad- dijo él.
Pasaron horas hablando y bebiendo, ahora ella también bebía vino tinto. Es más cuando terminaron la copa ella se levantó y dijo:
-Voy a por otra, ¿quieres una?-
-Por favor- respondió él. –Pero no la pagues, dile al jefe que me la apunte.-
Ese gesto le recordó de nuevo a esa mujer, una noche esta le hizo la misma pregunta, ¿quieres otra copa?
Siguieron bebiendo y charlando, la gente iba marchándose, el concierto había terminado hacía ya tiempo y los camareros recogían las mesas, las sillas y los sofás de la terraza. Los borrachos que resistían aún en el bar estaban dentro, pero eran pocos.
Pasadas unas horas salieron todos del bar, sólo quedaban la camarera y el jefe, entonces este salió a la terraza con una botella de tinto y dijo:
-Toma Pablo, para vosotros-
-Muchas gracias- respondió Pablo.
-¿Más vino M.?-
-Claro- dijo ella.
Continuaron la charla rellenando la copa una y otra vez, quedaban apenas dos copas para cada uno cuando:
-Chicos, voy a cerrar.-
-¿Ya?- preguntó Pablo.
-Son las cinco tío, no puedo más, pero no os preocupéis, podéis quedaros aquí, yo cierro dentro y cuando os vayáis dejáis las copas y la botella ahí en el muro para que no se vean y ya está-
-Ok, muchas gracias-
-No hay de que, buenas noches chicos- dijo él.
-Buenas noches- respondieron los dos a la vez.
Llevaban más de tres horas hablando, estaban muy cómodos, se estaban conociendo, el alcohol es un buen aliado para entablar conversaciones trascendentales.
Ella parecía no estar tan acostumbrada a beber y eso se notaba en el balbuceo constante a la hora de hablar, tenía los labios hinchados y morados a causa del vino, y en todo momento mantenía una sonrisa placentera, sus ojos iluminaban la oscura y silenciosa calle. No había nadie, ni coches, ni transeúntes, parecía que toda la humanidad hubiese muerto.
Terminaron la botella, apuraron sus copas y entonces ella se levantó. No podía mantenerse en pie, se tambaleaba discretamente hacia los lados. Iba muy borracha.
-Bueno M., vámonos a dormir que ya es hora, está a punto de amanecer- dijo Pablo.
-¿Y qué? Pregunto ella.
-Odio ver amanecer-
-Jejejejej, que rarito eres-
-Jejeje, sí, eso dicen…venga, te ayudo-
Pablo la cogió del brazo y bajaron una cuesta con bastante pendiente. Ella seguía tambaleándose.
-Eh M., no mires al suelo, mira, ¿ves esa señal de dirección prohibida que hay al final de la calle?-
-Sí-
-Pues quiero que la mires fijamente mientras seguimos hablando ¿vale?-
-Jejejeje, vale-
La acompañó hasta casa y se despidió de ella diciéndole:
-M., escúchame, quiero que te acuestes de lado ¿vale? y mañana cuando te despiertes bebe mucha agua, ¿eh?
-Vale-
-Vale, buenas noches.
-Buenas noches.
Se despidieron con esa frase, sin darse dos besos, no era necesario, él nunca se hubiese atrevido a besarla.
Pasaban ya de las seis de la madrugada y Pablo estaba en la otra punta del pueblo, necesitaba llegar a casa antes de que amaneciese. Sacó un cigarro, lo encendió y comenzó a caminar rápido. Pasó por una casita muy alta, de tres plantas, rodeada de jazmín.
Olvidó volver a casa, se sentó enfrente y comenzó a llorar mirando una de las ventanas que estaba entreabierta.
Deseaba morirse ahí mismo.
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