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¡HOY NO ERA EL DÍA JODER!


-¡Has vuelto!, joder, ¿por qué?, ¿qué quieres decirme?-
Allí estaba, ese animal de ojos rasgados y mirada de oscuridad. Recostado, mirando el balcón, trayendo recuerdos, los malditos recuerdos.
Antes de salir al balcón para llorar (y ver de nuevo al felino) él había recibido una llamada, una llamada mágica, un buen amigo lo llamaba desde Escocia.
No reconoció su voz, se asustó, tiembla cada vez que suena su teléfono, algo incontrolable para él pues piensa siempre en esa maldita llamada. Se pone nervioso y más cuando no conocer el número, esta vez incluso, la fila de dígitos era larguísima.

Ese amigo lo llamaba como alguno más bastante preocupado; con un tono de voz calmado pero serio. Como a los demás, a este también le asustaban sus relatos y sus poemas. Le preguntó por su situación actual, él se la resumió en pocas frases, prefería saber cómo se encontraba él. Hablaron unos minutos y el joven salió a fumar entre lágrimas pues le emocionó tantísimo esa llamada que no podía contener su emoción. Pensaba que no era justo para ellos que tuviesen que tirar de él, estaba cansado de esa situación y sabría que terminarían cansándose y dándolo por perdido.

Salió al balcón, se sentó (como cada tarde) y encendió un cigarro mientras se limpiaba las lágrimas, miraba a la mar, a esa maravilla azul, a esa inmensidad donde quería perderse; deseaba tener un barco, concretamente un pequeño barco para pescar sardinas abandona en el paseo marítimo de su pueblo. Deseaba huir por la noche, en plena luna llena para observar cómo se teñía de plata aquel inquieto manto.
Entonces escuchó un maullido, miró hacía bajo y allí estaba otra vez, con mirada tranquila y recostado al sol ese gato al que ya le había puesto nombre, Lana.
Él se quedó observando al felino, este cerraba los ojos de vez en cuando en un acto de tranquilidad y sosiego.
-¿Qué quieres?, ¿por qué vienes otra vez joder?…hay muchas calles donde da el sol, no me gustas, no me gustan los animales, a ella sí, pero ya no está, así que vete, ¡vete!-
El animal seguía quieto, mirando al joven.
-¡Vete hostia!, ¡Fuera! ¡Déjame en paz! No me gustas, no me caes bien-
El gato impasible no hizo ningún gesto extraño, permanecía mirándolo con la panza al descubierto, pero si maulló, maulló dos veces.

El joven no soportaba la situación, su mente le mostraba imágenes, millones de imagen por segundo, este cerraba los ojos apretándolos sus párpados, se golpeaba las sienes, en uno de esos golpes se mareó. Unos minutos desconcertado, había conseguido frenar los recuerdos pero el gato continuaba en su sitio así bajó a la calle para echarlo de allí.
Bajó las escaleras y anduvo hasta el gato, entonces este en vez de salir corriendo o mostrarse agresivo le maulló. Él se quedó parado, recordando la sonrisa de esa mujer cuando veía un animal, su cara se transformó, desapareció la rabia hacia el animal (no era culpa del pobre animal el estado psicológico que sufría) así que se sentó junto a él. Este bajó del muro y comenzó a rodear al joven con pisadas lentas, sin dejar de mirarlo, sin dejar de olerlo hasta que se tumbó apoyando la cabeza en sus pies.

¡Hoy no era el día joder!

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