Dos menos cuarto de la mañana, una noche más sigo en el bar, ayer salí de aquí a las siete de la madrugada, casi amaneciendo y eso que odio ver amanecer, pero tuve suerte y el dueño me regaló una botella de vino casero después de haber bebido toda la noche (un gran detalle por su parte, es un tio cojonudo, cerró el bar y apagó las luces de la terraza pero me dijo que podía quedarme ahi hasta que me terminara la botella, sólo tenía que dejarle el vaso y la botella vacía en la ventana)
A penas he dormido dos horas, hoy tenía que levantarme a las nueve de la mañana para ir a Valencía a comprarme materiales para pintar unos cuadros que pronto colgaré para el deleite de optimistas.
No me queda dinero, pero de nuevo la generosidad del camarero me proporciona una copa de vino antes de irme a dormir, la semana que viene actuo otra vez aquí, recitando algún poema, cobro algo de dinero y bebo gratis toda la noche. Me gusta desahogarme con versos sinceros y que la gente aplauda luego sin entender lo que dicen, lo que esconden.
Esta vez no hay ninguna poeta que descifre las metáforas.
Pasan los días,
sin sentido,
sonreir es una virtud desaprendida
que no merece la pena recuperar,
la oscuridad, la tenue luz de las farolas y el solemne silencio
hacen que las calles parezcan un cementerio lleno de cadáveres preciosos,
resplandecen los cráneos que yacen de la tierra alquitranada.
Los hijos de puta llevan horas durmiendo, pero no mueren,
no quieren morir, se aferran a la estúpida idea de seguir existiendo
para seguir cuchicheando en voz baja
inventando porqués, así se sienten superiores
como tú y tu estúpida sonrisa fingida, llena de vacio y sensibiliad.
¡Quiero que me odies, quiero que me odieís como yo lo hago!
Dulces sueños malditos muertos vivientes.
Os deseo suerte hijos de puta.
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