Ocho letras conforman su nombre,
esa preciosa mujer de inocente sonrisa
despierta un día más,
abre las ventanas y cortinas de su casa
y enciende la radio,
entra al baño, se ducha mientras entona
las canciones que van sonando,
se arregla (nunca se maquilla, no le hace falta)
pues la belleza intrínseca de su alma inunda su figura.
Se prepara el desayuno, aún tiene el pelo mojado,
una enredadera de oro que deslumbra la humanidad.
Prepara los artilugios: unos carretes en blanco y negro,
un cámara analógica, unos papeles …
mira las fotos colgadas en la pared y sonríe entristecida
recordando esos momentos.
Sale de casa y sin gafas de sol que escondan su mirada angelical
se enfrenta al sol de Andalucía caminando hasta la parada de ese
maravilloso autobús número nueve.
Se sienta sola en el asiento de la ventana
y comienza su viaje hacia la facultad,
una vez en clase se encierra en ella misma y vuelca su pasión por el arte en cada uno de sus trabajos,
son extremadamente sensibles.
Ella no es consciente que un poeta a llorado viendo sus fotografías,
sus grabados, sus esculturas,
es ingenua a la importancia que tiene para él,
el mismo que imagina y describe su situación,
el mismo que espera poder inspirarse en ella
para crear más versos como estos.
No te rindas jamás.
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