Blogger Template by Blogcrowds.

UN DIA MÁS NO HABÍA CARTA PARA ÉL

Un día más se despertó cansado y depresivo, llevaba cuatro meses así, había entrado en una rutina de malestar consigo mismo de la cual no podía salir. Como cada día se acercó a la oficina de correos para ver si había recibido alguna carta, se engañaba él mismo pensando que quizás el cartero nunca conseguía encontrar su casa. Anduvo los aproximadamente cuatro mil doscientos veinticuatro pasos que separaban su casa de la oficina; tenía la estúpida costumbre de contar los pasos.

En realidad tenía muchas manías: no soportaba que una mujer llevase las uñas mordisqueadas o descuidadas, necesitaba tener cerradas todas las puertas de las habitaciones de su casa, no podía ver un cuadro sin colgar, apartado en una esquina o dentro de un armario puesto del revés, sentía la necesidad de deprimirse todos los domingos, estaba obsesionado con el número ocho y su mitad.
(Una vez conoció a una mujer que tenía las uñas mordisqueadas y también odiaba los domingos)

Aquel jueves (cuarto día de la semana) bajó a la oficina, entró con rostro serio pero esperanzado y cogió número. Se sentó en la única silla que quedaba vacía y espero su turno; odiaba esa espera, odiaba la pasividad de aquellos funcionarios que no tenían prisa y siempre estaban riendo y charlando con los habituales.
-¡Cincuenta y dos!- dijo la funcionaria.
Era su número, esta vez sólo espero unos cinco minutos, tiempo suficiente para desesperarse, para esperar una respuesta diferente a la de cada día. Se acercó y dijo:
-Buenos días, vengo a preguntar si ha llegado alguna carta a nombre de Pablo Llorente.-
La funcionaria que ya lo conocía (aunque esta era la primera vez que lo atendía) dijo:
-Las cartas llegan a casa, a la dirección que hayas dado-
-Ya, ya lo sé pero es que quizás el cartero no sepa bien qué buzón es, ¿puede mirar a ver si el cartero la ha dejado aquí?-
La mujer, con mala cara, se levantó, se metió en una sala e hizo como si buscase la carta -No, no hay nada.- dijo.
-Vale, gracias.-
Salió de Correos y tenía una difícil decisión, volver a casa por donde había venido o subir por otro camino mucho más corto, el problema era la casa, una casa por donde tenía que pasar. Cada vez que lo hacía su corazón bombeaba muy deprisa, las piernas le temblaban y comenzaba a llorar.
Pensaba que debía afrontarse a ese tipo de situaciones, pero sólo lo hacía cuando se sentía con fuerzas suficientes, ese día se equivocó, no debería haber pasado por allí.
Comenzó a subir y a notar esa sensación de tristeza incontrolada, estaba muy nervioso así que esta vez decidió no mirar, caminar lo más rápido posible sin levantar la mirada del suelo; pero justo cuando subía las escaleras y llegaba a la diminuta plaza escuchó el trozo de una canción: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”
Procedía de la ventana de la izquierda de la casa con número 21, de esa habitación, era la canción número ocho del que para él era el mejor cd de ese cantautor. Esa canción había sonado, había sido tatareada por él pocos meses atrás.
Se paró, no quería mirar, no podía mirar, sus ojos embalsamados en lágrimas no eran capaces de levantar la vista. Quería pensar que su mente, una vez más, le jugaba una mala pasada, que no merecía tal castigo.
Permaneció quieto unos segundos
“…hoy fui a pasear y al llegar a la plaza de Mayo me dio por llorar y me puse a gritar ¡¿Dónde estás?!...
Entonces en un esfuerzo sobrehumano, levantó la cabeza poco a poco, vio la puerta cerrada y esa bendita ventana abierta; la canción seguía sonando.
“Ojalá que estuvieras conmigo en el rio de la Plata”
Cerró los ojos con fuerza, volvió a mirar hacia el suelo y siguió su camino andando esta vez con paso pausado.

No había carta para él, no la habrá jamás, pero cada uno de los pocos días que le queden de vida volverá a bajar sin perder la esperanza.

0 Comments:

Post a Comment



Entrada más reciente Entrada antigua Inicio