La echaba de menos, estaba tendiendo pues tanto las sábanas como el pijama todavía desprendían un fuerte olor a alcohol. Salió a la pequeña terraza con vistas al mar y comenzó a tender; no pasaba nadie por la calle, esa calle estaba poco concurrida, tan solo algún vecino del bloque de enfrente se dejaba ver por allí, muchos turistas se conforman con ver la calle principal del pueblo y no pasean por los aledaños. A él sinceramente le gustaba esa tranquilidad, odiaba a las personas, en especial a los turistas adinerados, así que disfrutaba de la paz de esa calle. Se puso a tender y justo bajo, recostado en un pequeño muro, un gato a rayas dormía la siesta mientras a los lejos otro felino se acercaba mirando el balcón. Se colocó al lado del primero y permaneció quieto, miraba fijamente al joven que seguía tendiendo. El muchacho terminó su labor, se acercó una silla, se sentó y cruzado de brazos comenzó a mirar al gato. Tanto él como el animal no parpadearon ni una sola vez, lo curioso era que ese gato no tenía una mirada de alerta, no estaba nervioso, su mirada adormilada era síntoma de que estaba a gusto con la situación, además el solecito típico de esas tardes ayudaba mucho. El joven, al que no le gustaban demasiado los gatos le sonrió pues estaba recordando a una mujer que amaba a los animales, es más, ella tenía un gato idéntico sólo que mucho más gordo y mejor cuidado.
Recordaba la bondad y el cariño que ella mostraba por cualquier ser vivo, era una gran mujer.
La mujer más fuerte y luchadora que había conocido jamás.
A menudo la recordaba con lágrimas (de felicidad) y una sonrisa; llevaba tiempo sin saber de ella, no se atrevía a llamarla pues sabía de sobra que sería un incordio, pero cada día, en una especie de “oración” rogaba al destino para que la vida le sonriese, que la tratase bien y la recompensase por todo el daño que había sufrido.
-Yo ya estoy pagando el dolor que te cause y espero que sea así siempre.
-Lo siento, lo siento mucho- le dijo el muchacho al gato con lágrimas en los ojos.
Este seguía quieto, sin parpadear, con el mismo gesto.
Entonces el joven se levantó, fue hasta su habitación, cogió la cámara para hacerle una foto y salió de nuevo al balcón pero y al volver vio como el gato se había tumbado en el muro, en el sitio donde estaba el primero (que se había ido a comer a unos pocos metros) pero permanecía mirando el balcón.
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