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A LA MAÑANA SIGUIENTE

A la mañana siguiente se levantó con puñales en las sienes, sangrando por toda la cara, había manchado todo, estaba envuelto entre unas finas sábanas blancas teñidas de sangre. Se despertó y miró su mano derecha llena de cortes y heridas, se acarició los dedos, los brazos, el pecho, la espalda…
En su frente un profundo corte rozando la ceja derecha, un derrame interno en los ojos, unos esqueléticos pómulos desfigurados a causa de algún puñetazo y su costado izquierdo lleno de moratones.
La sangre se había filtrado por cada uno de los poros de su piel y no conseguía quitarla. Comenzó a llorar como aquel día en que lo asesinaron por la espalda.
No recordaba nada, no podía conseguir acordarse de lo que había sucedido esa noche.
Se levantó, fue a la ducha, por el estrecho pasillo un rejero de sangre; entró al baño, se desnudó y miró el espejo; estaba roto y tenía una mancha de sangre, entonces se miró la frente y un pequeño flash le hizo ver la escena, en ella, su cabeza se estrellaba contra el espejo de forma atroz, los cristales al caer le habían cortado las manos. Entonces se tocó la frente y al pasar los dedos por la herida notó que tenía incrustados unos pequeños trozos de cristal.
Empezó a ponerse muy nervioso, se miraba y no podía dejar de llorar, parecía un muerto embalsamado después de una paliza. No quiso entrar en la ducha, se sentó en el suelo clavándose el resto de cristales esparcidos por el aseo. Golpeaba la parte de atrás de su cabeza contra la pared de modo repetitivo, los golpes eran cada vez más fuertes hasta que consiguió desmayarse.
Cuando despertó, pasados cuarenta minutos, volvió a llorar, sintió la necesidad de creer en Dios para que le perdonase por lo que hubiera hecho. El llanto y las lágrimas invadían la casa.
Miró hacia la izquierda y cogió un trozo grande de cristal con punta. Limpio su brazo escupiendo saliva para intentar quitarse la sangre seca y comenzó a escribir cortándose la piel.
¿Quién soy? Se talló.
Todavía estaba aturdido y no llegaba a sentir dolor, sólo observaba fijamente como caían las rojas y oscuras gotas sobre sus muslos. Pasado un tiempo y casi sin fuerzas por la sangre perdida se intentó levantar pero cayó abatido en la bañera y se rompió el cuello.
Aquel sonido fue lo último que escuchó.
Lo encontraron unos días después en estado de descomposición; desnudo, lleno de sangre, con los ojos abiertos y una sonrisa.

Descanse en paz.

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