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BALAS EN LA LUNA

Unas manos de poeta y unos dedos de pianista. La mujer de blanca piel como la liviana tela de sus vestiduras acaricia con el ritmo de unas olas que no terminan de romper en la mar de color plata sus muñecas de estrecha finura la columna vertebral del instrumento con matices suaves y agudos. Has conseguido derretir el acero de las balas que rondaban mi cabeza y mi cerebro convirtiéndolas en finas cuerdas que resuenan en el cielo.
Tú ibas de blanco y yo de negro, combinados como las teclas de tu instrumento. Tú vestías de esperanza y yo de duelo.
Tus dedos son ramas desnudas de otoño a merced del viento que las acuna, su movimiento de sístole y diástole dan vida a mi existencia en forma de música. El piano amansa a la fiera que llevo dentro y me permite cerrar los ojos sin recordar, sonreír y besar más tarde tus labios. Tu no dejas de tocar para mi mientras correspondes el gesto de amor sincero y virtuoso.
Tus labios arados e inexpertos, castos y tiernos, me devuelven la fe que perdí detrás de unas mentiras.
¡Bailemos abrazados, cuerpo a cuerpo!
Quisiera sentir el fragor de tus pechos en mis adentros, tus pechos de miel y nieve, de escarcha, simiente y fuego.
Quisiera memorizar tu espina dorsal con la yema de mis dedos, quisiera que me protegieses la nuca con tus manos de misterio y misericordia.
Que tu vientre se posara en mi espalda de mármol. Atrévete tú a comenzar con las caricias pues yo sería incapaz de tal osadía, yo tan solo quiero recogerte el pelo cuando duermas junto a mí, en la cama del decoro y el respeto.

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