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SIN QUE SEPAS DE MI

Todo ha muerto, aquel monstruo industrial está enrobinado por el silencio y el olvido. Las puertas están abiertas mas nadie es capaz de entrar por respeto a ella. Todo sigue igual, las largas mesas, los materiales, la maquinaria; todo permanece enlutado, embadurnado con tu ausencia. Tus verdes ojos de gata lunar alimentaban las mañanas de otoño e invierno, el color eras tú querida Zarina. Tú te dedicabas a tus quehaceres mientras un poeta no podía dejar de mirarte, perplejo rogaba a dios que alzases la vista al frente un segundo para poder deleitarse con tu rostro de virgen. La perfección existía y eras tú. Una muchacha que vestía con chaqueta heredada, pantalones rasgados y zapatillas desgastadas. Con uñas perfectamente cuidadas, símbolo de mujer valiente, la cara sin maquillar más que por los rayos de la mañana que entraban agazapados para posarse en tus mofletes e iluminarte, unos ojos donde cabía el mediterráneo y todos los océanos, unos labios castos y remarcados por ser bisoños en el arte de besar, una perfecta cadera de universo… y una nariz, bendita sea tu nariz amada mía pues era la razón de mi existencia y de la del resto de la humanidad.
Un día apareciste con tu pañuelo blanco en el cuello, tus finos y eternos dedos dibujaba al alzar la estela de la razón mientras tarareas con voz aguda de niña el canto de tu nombre. Te habías manchado las manos y la cara de tinta azul y ensuciaste la mantilla de uno de los tórculos pero no te diste cuenta, eras tan inocente y bondadosa.
En el cielo gris de cenizas dos pájaros cruzan sus vuelos sin decirse nada, todo olía a muerto y a humedad y tú, con tus rasgos árabes y aroma a azahar, silbabas al son de la melancólica serenata de Schubert. Todo a mi alrededor permanecía inmóvil como una foto de postal y allí estabas tú jugueteando con tu atezada cabellera de raza y noche, opaca y eterna, eran las lianas por donde trepaban los románticos para alcanzar la cima del amor, bañada por la nieve de tus deslumbrantes canas. ¡Oh dios mío! la madurez intrínseca goteaba como el rocío del alba tiñendo sabiamente de blanco algunos de tus angelicales cabellos. Tu esencia de poeta se dejaba ver ante los mortales en tu melena alborotada, era la prolongación de las olas de mi Altea.
Aquel día y muchos otros tú fuiste mi salvación pero jamás me atreví a decirte nada. Ni yo ni nadie debería osar robarte un saludo.

A Ramat, la reina mora.

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